30 abr 2010

The shorter story

Vas en la micro, miras hacia afuera mientras el chofer va cobrando poco a poco velocidad después de haber recogido pasajeros, te encuentras una mirada desconocida. ¿A quién no le ha pasado? Conozco a alguien que un día le pasó mientras volvía a su casa después de un ajetreado día. Faltaban por lo menos diez minutos de viaje para llegar a su casa, y ahí la encontró. Una mirada profunda, distinta, en una milésima de segundo su mente quedó absolutamente en blanco.

Se llamaba Elena, le gustaba comer cosas de color verde, como la lechuga o el helado de menta chips. Había vivido toda su vida en esa ciudad, igual que él. Sin embargo, sus caras eran completamente desconocidas para ambos. Al principio le costó, pero de a poco fue confiando en Javier. El tiempo pasaba y su amor seguía creciendo, pronto llegaron las celebraciones, matrimonio, los hijos: bellos niños, hay que decirlo, dos hombrecitos con ojos tan cálidos como el sol. Ella, aparte de ser dueña de casa, trabajaba en una pastelería con su propio nombre, quedaba no muy lejos de la casa, en el centro de la ciudad. Él trabajaba en el banco. Para el tiempo en que los hijos dejaron la casa para aventurarse en el mundo real, ya tenían suficiente para comprarse una casa ahora un poco más pequeña, que compartían con un pastor alemán y un canario que los despertaba cada tarde mientras trataban de dormir la siesta. Así pasaron los años, una vida en general tranquila, a él no le caía bien la suegra, pero era algo normal (la señora era demasiado pesimista). El resto de los años pasaron tanto, o quizás más rápido que los primeros, en un abrir y cerrar de ojos se encontraban en su cama, cierta noche de diciembre. Se sentía cansado, cerró los ojos para no volverlos a abrir.

Javier se levantó, tocó el timbre y bajó de la micro.
Gabriela le esperaba con tostadas y mermelada.

18 abr 2010

Claroscuro

La respuesta a todo está en cambiarlo. Correr, interesarse, dejarlo, moverse para hacerlo, tomarla, organizarlo, aceptar. Y algo mucho más simple: sonreirle.

15 abr 2010

no.


Un mal día no es más que eso: un día.. 
pero, por la cresta, cómo pesa.
 


13 abr 2010

Se hace camino al andar.

Una calle cuenta mucho, es como la señora de la esquina que no pasa sábado sin copuchar con la vecina sobre cualquier banalidad. Puede parecer muy simple: una larga linea de pavimento con espacios para caminar a los costados, de repente con árboles, otras con apenas espacio para que pasen dos personas al mismo tiempo. Pero va mucho más allá, cuando veo una calle veo el transcurso lento de los años y el rápido pasar de los camiones que dejan huellas, veo un hombre enamorado hasta las patas -y lo sé no sólo por las flores que lleva, sino por el brillo inconfundible que reparte por donde pasa-. En una calle veo personas con el reloj pegado a la cara, otras que van tranquilas por la vida, y me pregunto: ¿si me viera pasar, en qué grupo caería? .. No tengo la menor idea.

Una calle cuenta mucho. Me muestra sus avances, sus desperfectos, se desnuda ante mis pensamientos. Me muestra las diferencias entre las madres maniáticas que no se hacen tiempo de enfrentar los problemas con su familia y las familias normales -dentro de lo que se puede ser normal en estos días-. Me muestra alguien que, tal como dice Fito, se pasó la vida viendo cómo hacen el mundo en vez de hacerlo él mismo. Me muestra alguien que se levantó y decidió caminar a pesar de tener una pena en los hombros.

Y al final de la calle lo digo: no tengo reloj.

10 abr 2010

Mucho mejor


.. me encanta estar   Enamorada.
(es incluso mejor que caminar en la lluvia)


2 abr 2010

Ni siquiera.



A veces cuesta tomar la desición, tomar la iniciativa de poner los puntos sobres las íes. Es como atreverse a confesar algo habiendo ya alguien que se echó al agua para no delatarte. No es necesario, tampoco espontáneo, mucho menos fácil.

A veces duele hacerlo.